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lunes, 6 de abril de 2015

Into the books...pequeño soldado

Se me estaba humedeciendo la cara cuando me desperté. Newton estaba saludándome como mejor sabía: lamiéndome la cara.
Me levante completamente desorientada, aún era de noche. Al final sí que todo, fue un sueño, no estaba a la vista ni se escuchaba al Conejo Blanco. Aunque recordaba que estaba hablando con él...

-¿Y cómo es la Reina de Corazones?
-Oh, pues, si se entera de lo que te voy a decir me mandara a contar la cabeza...
-Venga hombre, de aquí no saldrá ni una palabra.
-No soy un hombre, soy (se señaló desde los pies hasta las puntiagudas orejas) un conejo. Bueno, te tomare la palabra. La reina es un tanto peculiar, cuando no está satisfecha o cuando está enfadada porque no se han seguido sus mandatos...hace que te corten la cabeza (esto último lo dijo en un insonoro suspiro mientras se acariciaba el cuello).
-Tiene que ser terrible vivir en un sitio así.
-No, el País de las Maravillas es precioso y solía vivir gente muy alegre, hasta que llego la reina... 

Tenía una mirada tan triste, pareció perderse en sus sueños, en sus recuerdos de antaño porque una triste pero hermosa sonrisa se desplegó de sus labios. Comenzó a contarme como era todo antes, sentí un gran pesar, no podía seguir con los ojos abiertos, todo se volvía cada vez más oscuro, no recuerdo que paso después, solo que ahora estoy aquí con la cara húmeda.

Quería volver a intentarlo, cogí el primer cuento que encontré, El soldadito de plomo. Comencé a leerlo, al cabo de unos instantes o tal vez minutos empecé a escuchar los susurros, era imposible que a estas horas siguieran los vecinos despiertos. Los susurros no cesaron, sinceramente, me acojone, y que empezaran a sonar golpes sobre el suelo como que no ayudo. Eran pequeños golpes secos, clac...clac...clac... La luz de la luna dejo entrever pequeños brillos plateados. Me arrebuje más entre las sabanas, lo justo para solo tener visibles los ojos.
No sería más alto que un libro de bolsillo, parecía desgastado aunque aún conservaba sus rasgos que lo caracterizaban: el rojo y azul de un serio uniforme; un fusil tan afilado como las agujas del reloj.
Tenía un semblante más que triste, se ponía ver como goteaban pequeñas gotas de agua de tu media pierna. Se acercó al estante donde aún conservo las muñecas de porcelana, por un momento se le ilumino la cara, o tal vez la luz incipiente lo hacía. Observo detenidamente a cada una de ellas, toda la alegría que pudo albergar, desapareció igual que llego.

-¿Dónde estas mi bailarina? Pensé que por fin había vuelto a casa.

Parecía tan desolado, se me encogió el estómago. Ese instinto de protección que surge en lo más interior, como una vocecita que te incita a ir y resguardar de lo que pase en el exterior. Me levante de la cama y me senté junto al soldadito.

-¿Qué te sucede?
-Oh... eh...yo... (Se quedó muy quieto)    
-Vamos, no hagas como que no te mueves, que no estas vivo.
-Perdón, se supone que no debéis vernos así. Tal vez podáis ayudarme.
-¿Cómo?
-¿Habéis visto a una bella bailarina? Se sostiene en una sola pierna.
-Lo siento, pero no he visto ninguna. 
-Jamás volveré a verla, no podré decirle mis sentimientos. En qué mal momento caí desde esa ventana.
-¿Cómo llegaste hasta aquí?
-A través de las aguas, tras caer de la ventana unos niños me encontraron y decidieron meterme en un barquito de papel (ahora sé qué papel y agua, no va bien), me arrojaron en un riachuelo y pues, lo demás ya podrías imaginar.

¿Cómo se consuela a un soldadito? ¿Qué se le puede decir? Esto es muy difícil, ni siquiera sé yo como solucionar mis problemas como para poder ayudarle y aún menos en los temas de pérdida o amor.
Reinaba tal silencio, que se escuchaba al susurro. Era extrañamente familiar, pero aun así, seguía dándome mal rollo. Se fue atenuando aquellas voces, me empezaron a pesar tanto los ojos, me dolían las piernas posiblemente por la posición que llevaba horas manteniendo. No quería irme, acerque mi mano hacia la punta del fusil del soldadito. Dolió pero apenas un suspiro, me recorrió como una corriente eléctrica desde ese punto hasta la espina dorsal. ¡Ah!
El dolor empezó a nublarme la vista, ya no veía nada, salvo una larga figura rebosante de luz de luna, sonreía con pesar como si supiera lo que me sucedía.

-Aguanta un poco más, sigue.

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