Semejante tormenta como la de hoy, me trae recuerdos tan nítidos
como si hubiera sido ayer cuando presencie una de las tormentas más
destructivas que asolo las tierras. Pero ha pasado mucho tiempo desde entonces,
y desde allí, es cuando todo comenzó.
No creo que nunca llegara a imaginar lo que pasaría. Las
tormentas siempre me han albergado cierta paz interior acompañada de un buen
libro y algún vino. Esta vez, el vino era
tan agrio como quien lo sirvió. Permanece inmóvil junto a mi febril mano. Hacía
meses, sentía que la tormenta residía dentro de mí y por esta vez, no podría disfrutar
de ella.
Estaba cavilando en
mis ensoñaciones por lo que no aprecie el repentino silencio que abrigaba el lugar.
Cuando me gire para apreciar que ocurría, prácticamente me encontraba a solas
con el tabernero. Debería de haberme dado cuenta de la extraña sombra, pero la embriaguez
del amargo alcohol y el cansancio, me desorientaron.
Mientras me arrastraba
a duras penas hacia el dulce hogar, solo podía pensar en que tal vez había llegado
por fin el día, todo acabaría en un anhelado sueño. Por lo que ahora se, la Sombra, como buena depredadora, no dejaría a su presa tan fácilmente, es algo
que he podido aprender.
Lo tenía todo
preparado, solo unos minutos más. ¿Qué mejor, que morir cuando naciste? La idea
es tan atrayente como arrolladora.
Unos incesantes golpes
me sacaron de mis ensoñaciones, la Sombra ya estaba aquí. Cuando me acerque a la ventana para ver quién
era, solo la oscuridad me devolvía la mirada, pero la puerta seguía siendo
aporreada. Con cautela llegue hasta ella, la abrí dejando una pequeña
rendija. Nada. Solo la oscuridad.
El reloj suena,
llegaba tarde a mi cita con una vieja enemiga, pero cuando estoy en la puerta
de la pequeña salita hay algo distinto, es como si el ambiente hubiera
cambiado. El aire estaba más pesado y aunque la chimenea, con sus insinuantes
lenguas de fuego crepitaba, un desolado frio se atenazaba en mis entrañas. Supuse
que podría ser el miedo por no ver un nuevo día, la ingenuidad siempre ha sido
una de mis mayores debilidades. Me
acomode en el diván, nada mejor que irse con clase. ¿Tal vez una última nota? ¿Debería
de dar explicación alguna? A nadie le importaba, seria tomarse el justo tiempo
que quedaba para nada.
La habitación estaba
totalmente cerrada, el humo empezaba a ser notable. El momento llegaba, solo
quedaban las pastillas.
Ya estaba todo hecho,
solo quedaba esperar a que las tinieblas me llevaran con ellas. Mis parpados
eran tan pesados que no podía mantenerlos abiertos, mis pulmones se quejaban, pues apenas podían conseguir oxígeno. Mi cuerpo se sentía tan cómodo y en paz.
Todo acababa, al fin.
●●●
Algo me presionaba la mandíbula,
abriéndome la boca. No sé de qué se trataba, pero parecía ácido lo que se
deslizaba por mi garganta. Mis ojos necesitaban ver que era lo que estaba
sucediendo, pero no había nada que ver, salvo quizás, una sonrisa puntiaguda.
-No
serviría de nada que estuvieras enferma durante toda la eternidad, por lo que
he presenciado es algo realmente doloroso y seria cruel de mi parte.
Después de ello
recuerdo un intenso dolor desde la muñeca hasta el resto del cuerpo. Sentía que
en cualquier momento empezaría a arder.
Cada célula de mi
cuerpo moría para volver a resurgir del veneno. Mis músculos se convulsionaban,
no tenía control sobre nada. Mi mente funcionaba a mil por hora; me sentía presa
en mi mente.
Y en un instante, no sabía
si el dolor se había vuelto tan intenso y mis terminaciones nerviosas se esfumaron
o al fin había acabado todo. De pronto, todo se quedó en el vacío.
●●●
La luz parecía demasiado
brillante. Los sonidos, eran demasiado fuertes. Y los olores, mejor no recordaría
como olía. Todo parecía más intenso que unas horas atrás. La cabeza me
palpitaba, en el pecho un dolor sordo se extendía. Al levantarme, note como si
me estuvieran clavando la mirada en la nuca, poco a poco me fui girando y le encontré
de frente: la Sombra.
-No sabía cuánto más ibas a tardar en el despertar.
Has tardado más de lo normal. Espero que eso no sea un problema.
Tenía los ojos prácticamente
fuera de las órbitas. No sabía quién demonios era aquel tipo y aún menos que hacía
en mi casa. Me estaba mirando fijamente, tenía unos ojos rojizos bastante impactantes y una sonrisa más
parecida a una mueca…
-Vamos Al,
no querrás llegar tarde a la reunión, ¿no?
-Oh, sí
claro ya voy, un momento.
La
tormenta ha descargado parte de toda su furia y ahora deja que unos suaves
rayos de sol perforen las nubes. Aún persiste el aroma de la lluvia, ese a
hierva recién cortada con cierto toque de humedad.
Necesito
un tentempié antes de irme, así que llamo al camarero, un guapo afroamericano
de preciosos ojos café, me será suficiente con él.
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