Aun no entiendo cómo me ha podido enredar Verónica para
acudir a la dichosa reunión.
Hoy va especialmente hermosa. Ha realzado esos esculturales pómulos,
definidos y rosados, llenos de vida, de sangre corriendo por su interior, los
gruesos labios vino que exigían chuparlos hasta dejarlos como polvo, las largas
piernas, esas que te hacen pensar que tal vez exista el infinito cerrado por
unas poderosas curvas que te arrancan el sentido. Es una de las más bellas
mujeres con las que me he podido cruzar pero es aún más lista y voraz, como un
lobo hambriento esperando una oportunidad.
Creo que eso fue lo que me atrajo de ella y no su gran
parecido con él, el primero, el que hizo posible el cambio. Recuerdo que además de sentir un crepitante
terror, nacía dentro de mi algo tan salvaje como desconocido. El hambre me
estaba desgarrando las entrañas, me arañaba por dentro mientras me subía por la
garganta y hacían que toda la mandíbula se desencajara, tirándome de los
dientes, como si me los arrancan.
Él seguía ahí, mirándome
como cuando observas a un animalillo salvaje que se ha perdido, y sientes pena por su desconcierto, pero él
no expresaba pena, más bien aburrimiento y desagrado, como si yo tuviera que
saber que ha pasado.
-¿Sientes eso? Hay una forma de
hacerlo callar, solo tienes que salir fuera. No me mires de esa forma, no soy
tu enemigo. Te necesito conmigo, tienes algo que quiero y necesito. No me
obligues o será todo mucho peor.
¿Realmente era un
desconocido? No, no lo era, era lo que había estado esperando durante tanto tiempo. Un salvador. Pero, ¿a qué precio?
El gallo se alzó por
encima del silencio, despertando todo a su pasar. Se comenzaron a oír los
ruidos, esos tan normales a los que estaba tan acostumbrada y que por un
momento me hizo anhelar, no era el mismo sonido de siempre, ahora era todo más nítido,
incluso si me concentraba un poco podía oír como Fernando se quitaba las ropas
de cama para irse a trabajar. Fue su olor lo que despertó a la bestia.
Todos mis sentidos se pusieron alerta, esperando, como el
depredador espera deseoso que su presa, dulce y jugosa, esté más cerca. Me
quede detrás de la puerta, pronto saldría por la puerta para encaminarse al
trabajo.
Él, se acercó por detrás,
sigiloso, y con sus labios, húmedos y correosos, en mi oído:
-Déjame enseñarte como se hace,
no querrás causar el pánico, ¿verdad? Se te podría escapar el desayuno.
Sé que estaba pasando
por delante de la puerta, todas las mañanas contaba los pasos de su puerta
hasta la mía, y su olor, olor a hombre con una pizca de jabón, pero además algo
más dulzón repetitivo.
Fue todo muy rápido, abrió
la puerta y salió como una exhalación. No transcurrió más de unos segundos
cuando la puerta se cerró y Fernando, con los ojos desconcertados, lo
acompañaba.
-Tan sabroso tentempié. (Le paso
su nariz desde la base del cuello hasta la nuca.) Su olor es dulce como la miel, mira como
las venas de su cuello palpitan de la excitación mezclada con el terror.
Delicioso.
Fernando no había salido
de su estupor, nos miraban alternadamente. Tal vez debería de haberle dicho que
no pasaría nada, pero una pequeña voz dentro de mí, me decía que eso no me lo creía
ni yo misma.
Él, agarro a Fernando
desplazando su mano suavemente por el cuello, tocando con cuidado, buscando
algo. No podía apartar la mirada, era algo tan erótico y a la vez causaba tan
pavor que lo único que podía hacer era mirar.
Se plantó, con la sutiliza
de un felino, delante de Fernando. Le sostuvo la barbilla para que este
levantara la cabeza y le acuchillo con la mirada. Las venas que surcaban su
cuello se fueron relajando junto con él. Fue inclinando suavemente el cuello
hacia su lado derecho, dejándolo indefenso.
La Sombra coloco sus
manos sobre él, una sujetaba la cabeza, la otra el hombro, todo de forma muy estratégica,
así no podría enderezarlo. Después, simplemente se echó sobre Fernando. Él no
gritaba, solo salían de sus labios leves quejidos y suspiros. Sombra levanto celosamente
la cabeza y la giro para mí, haciéndome ver una sangrienta sonrisa.
No grite tampoco en
ese momento, tal vez lo esperaba, tal vez ya sabía que es lo que pasaba. Y
cuando me tendió la mano para que me uniera a él, no dude ni un solo segundo.
Pero algo me ataba aún, sabía
que no estaba bien lo que estaba a punto de suceder pero mi cuerpo me lo exigía,
me llevaba por cuenta propia hacia Fernando. La poca fuerza de voluntad que encontré
fue suficiente para apartar a la Sombra. Fernando se desplomaba sobre el suelo
y sin darme cuenta le sostenía sobre mi regazo.
Aun estando tan pálido
por la pérdida de sangre seguía siendo hermoso. Tan solo tenía 21 años, su piel
era aceitunada y suave, salvo en la cara, ese día no se había afeitado y le nacían
pequeños pelos rabiosos. Sus labios habían perdido la viveza, pero seguían desprendiendo
calor a cada exhalación. El cuerpo era puro acero, y su pecho estaba cubierto
de indomable bello. Las manos, fuertes y encallecidas por las duras horas de trabajo,
las cuales daban las caricias más suaves.
Sabía que no volvería
a ver esos ojos verdes, pero no eran solo verdes, eran de un verde intenso
moteado de marrón, era tan intenso que con solo mirarme sabía lo que mi alma
inmunda deseaba y no podría tener, a él. No volvería a oír su risa, ni ver su
maltrecha sonrisa.
Quería capturarlo en
aquel momento, donde nos había intercambiado los papeles: él era la dulce
princesa que debía ser rescatada, mientras yo, o podía ser su verdugo o su
salvador. Pero eso no podía yo elegirlo, ya lo habían hecho por mí; el oler su
sangre y verla sobre mis manos, activo como si fuera un resorte todos mis
instintos más primitivos. Me abalance sobre él como una fiera hambrienta, su
sangre al tocar mis labios supo cómo el vino más dulce. La sed no hacía más que
aumentar y aumentar por lo que cada vez mordía más fuerte, más profundo.
Todo a
mí alrededor decía que parara, pero no podía, sentía que si lo hacía moriría por
la sed. Algo tiraba de mi mano, no de forma violenta pero si insistente,
Fernando. Había abierto los ojos y me miraba atónito y por primera vez en toda
la noche me vi, me vi cómo me vio mi madre, como el monstruo que había surgido
de las tinieblas y llevaba su cruz desde el momento en que fue concebido.
Me vi la cara llena
con su sangre, unos asquerosos y puntiagudos dientes, los ojos exaltados y
negros como la misma noche. ¿En qué me había convertido? ¿Qué diablos estaba
haciendo?
Reprimí un grito de
espanto. Le deje sobre el suelo y me retire hacia una esquina. Fernando se
volvió intentando arrastrarse hacia la puerta, pero él le puso la pierna
encima, presionándole sobre el suelo.
-No está bien dejar la comida a
medias, o la acabas, o no la empiezas. Has dejado al pobre pastelito
agonizando. No es que me moleste el ruido, pero lo va dejar todo perdido.
Parecía como si
estuviera a mi lado, metiéndose dentro de mi cabeza. Presione las rodillas
contra el pecho y me rodee la cabeza entrelazando los dedos en el pelo,
tirando, un pequeño castigo para semejante barbaridad. Ahora, la sangre que tenía
en la boca era mía, los dientes se me clavaban en los labios silenciándolos así
y dejándome gritar en el interior.
-¿Sabes que es lo más delicioso?
El corazón, bombea cada gotita de sangre, dulce y deliciosa sangre.
Con su pie sobre la espalda de Fernando empezó a presionar, los huesos se fueron rompiendo como si
fueran el caparazón de un insecto. Se inclinó sobre Fernando, se paró un
momento sobre el cuerpo y se volvió a mirarme mientras bajaba la mano.
En menos de un
pestañeo le atravesó la espalda, Fernando estaba arqueándola presa del dolor.
No lo hizo rápido, disfrutaba con lo que hacía.
No podía seguir
mirando. En cuanto aparte la mirada saco su mano del pecho con el corazón, débil,
aun palpitando.
El chico, ese chico de
piel aceitunada, gruesos labios, de sonrisa arrolladora, mente inquieta,
ingenioso…El chico que me quitaba los suspiros, ya no volverá a hacerlo.
-¿Qué tal
si cambiamos el tercer y séptimo punto? Así quedaría bien fijado y no habría después
problemas.
-Estoy de
acuerdo, pero el duodécimo tampoco está bien, se podría utilizar en nuestra
contra por un término mal empleado.
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